Un menudo que resucitaría hasta a los muertos
Cada fin de semana, la familia Ruiz iba a comer y a visitar cada uno de los pueblos de la comarca sevillana. En esta ocasión, estaban en El Viso del Alcor y, con solo pensar en su menudo, ya se les hacía la boca agua. Entraron en uno de los bares más famosos de la zona. Pero al llegar, se encontraron con un pueblo fantasma. Las calles, normalmente llenas de vida y alegría, estaban desoladas. Al llegar, el bar estaba abierto, pero no había ni clientes ni camareros.
"Qué raro que no haya nadie. Será la crisis", murmuró Javier, intentando encontrar una explicación lógica.
Sin embargo, su esposa, María, no estaba convencida. "No, algo más pasa aquí", dijo con una mirada inquieta.
Al entrar en el bar, la sensación de vacío se intensificó. No había clientes, no había camareros, solo mesas vacías y un silencio que retumbaba en sus oídos. La familia se miró confundida, preguntándose si debían quedarse o irse.
Fue entonces cuando la pequeña Ana, la hija menor, notó algo extraño en el suelo: una huella de salsa de tomate que conducía hacia la cocina. "Mira mamá", dijo, señalando la mancha roja.
Con cautela, la familia siguió el rastro, que los llevó a una puerta trasera. Al abrirla, descubrieron un patio trasero donde, para su asombro, se encontraba toda la gente del pueblo... ¡convertida en zombies!
Los zombies, hambrientos de carne humana, encontraron una gran olla de menudo y estaban devorando la poca carne que quedaba en ella.
Los zombies se giraron lentamente hacia la familia, sus gruñidos resonaban en el aire.
“¡Corran!”, gritó Javier, pero antes de que pudieran moverse, los zombies los rodearon. La familia se defendió como pudo, usando sillas y mesas para mantener a los muertos vivientes a raya.
María, con un valor inesperado, agarró una sartén y comenzó a golpear a los zombies, mientras Ana se escondía detrás de su hermano mayor, Luis. “¡Tenemos que salir de aquí!”, gritó Javier, buscando desesperadamente una salida.
De repente, un zombie más grande y aterrador apareció en la puerta de la cocina. Era el antiguo chef del bar, ahora convertido en un monstruo hambriento. Avanzó lentamente hacia ellos.
“¡No nos queda mucho tiempo!”, dijo María, golpeando a otro zombie que se acercaba demasiado. Javier, viendo una ventana abierta, tomó a Ana en brazos y corrió hacia ella. “¡Por aquí!”
Al abrir la ventana vieron que tenía rejas y era imposible salir por ahí. En ese momento se miraron Javier y María y entendieron que la única salida era por la entrada.
"Luis, coge a tu hermana y salid por la puerta de entrada. Yo trataré de retenerlos usando las mesas. Espera mi señal", dijo Javier mientras cogía dos mesas.
"Tú solo no podrás pero entre los dos podremos retenerlos el tiempo suficiente", dijo María.
"Tú tienes menos carne que el tobillo de un jilguero y apenas podrás ayudarme, así que es mejor que te vayas", dijo Javier con media sonrisa.
"Sí claro, para que te pase algo y tenga que aguantar a tu madre. Prefiero los zombies", dijo María.
Con una mezcla de valentía y desesperación, Javier y María se lanzaron contra los zombies, usando las mesas como barricadas. "¡Ahora, Luis!", gritó Javier. Luis tomó a Ana de la mano y corrieron hacia la puerta de entrada.
Los zombies, atraídos por el ruido, se abalanzaron sobre Javier y María. "¡Corre, Luis, no mires atrás!", gritó María mientras golpeaba a los zombies con todas sus fuerzas.
Luis y Ana lograron salir del bar, pero al mirar atrás, vieron cómo sus padres eran superados por la horda de zombies. Con lágrimas en los ojos, Luis tomó a Ana en brazos y corrieron por las calles desiertas del pueblo, buscando refugio.
Encontraron una casa abandonada y se escondieron en ella, temblando de miedo y tristeza. "Papá y mamá nos salvaron", susurró Ana, aferrándose a su hermano.
"Sí, y no vamos a dejar que su sacrificio sea en vano", respondió Luis, decidido a proteger a su hermana a toda costa.
Mientras el sol se ponía, los gruñidos de los zombies se desvanecieron en la distancia. Luis y Ana sabían que tendrían que ser fuertes y valientes para sobrevivir, pero también sabían que siempre llevarían en sus corazones el recuerdo de sus padres.

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