Soy Juan, el electricista

 Soy Juan, el electricista




Hoy me han dado un aviso para ir a revisar una vivienda que se había quedado a oscuras.
Era un bloque un poco antiguo. 
Al llegar al piso, me recibe una pareja joven. Él parecía simpático y hablaba demasiado; sin embargo, ella estaba muy callada y parecía algo más inquieta. Al fondo del pasillo había una puerta de la cual salían unos gruñidos y ruidos que me provocaban escalofríos. La pareja, al percatarse de que me quedé mirando la puerta, me dijeron que ahí estaba su abuela durmiendo porque era muy mayor y estaba enferma. 
Me dicen que ayer de madrugada les despertó una especie de “chispazo” y todos los aparatos eléctricos que estaban conectados a la red se quemaron. Supuse que sería una subida de tensión, pero observé que todo el cuadro eléctrico estaba calcinado. Me extrañó mucho pero aun así les pasé presupuesto y me lo  aceptaron sin mirar (nota mental: añadir algún plus la próxima vez). 
Les digo a los clientes que tengo que ir a por materiales al taller y que volvería en una hora. 
Salgo de la vivienda y me dispongo a coger el ascensor, pero este tardaba mucho y supuse que se habría quedado abierto en alguna planta, por lo que decido bajar por las escaleras. 
Comienzo a bajar y aparece un muchacho de los que reparten propaganda completamente ensangrentado y gritando, subiendo las escaleras todo lo rápido que podía y dejando un reguero de propagandas por el suelo. Al pasar a mi lado, me da un golpe y caigo por las escaleras y veo cómo una multitud de vecinos cabreados iban detrás del muchacho. Pensé: “En mi bloque tampoco se puede echar propaganda en los buzones, pero tampoco es para que se pongan así”. 
El golpe debió dejarme peor de lo que creía. ¿Acaso eso eran muertos vivientes? ¿Será como en ese cómic del que me habló mi amigo? ¿Será como en The Running Dead? Me estaba haciendo muchas preguntas y, mientras tanto, esa masa de muertos se dirigía hacia mí, así que me levanté lo más rápido que pude y empecé a aporrear la puerta de la casa de los clientes donde había estado antes. 
Me abrieron la puerta y pude entrar en el último minuto. 
Estaba blanco, no podía articular palabra alguna. De repente sonó el timbre y el muchacho abrió sin ni siquiera asomarse por la mirilla. Di un salto para que no abriera, pero era demasiado tarde; la puerta se abrió y esa masa de gente o de muertos entraron en el domicilio. La muchacha gritó: “¡A la habitación de la yaya!” 
Pudimos entrar en la habitación y cerrar la puerta, no sin forcejear. 
“Tenemos que intentar salir de alguna manera, la puerta no resistirá mucho”, dijo la muchacha. “Gorda”, dijo el muchacho. 
“Que me han dado un bocao, debe ser antes al intentar cerrar la puerta”. 
Nos quedamos sin habla. De repente, la abuela se levantó de la cama y se abalanzó sobre el muchacho mientras sostenía una jeringuilla en la mano y gritaba: 
“¡¡¡INYECTARLE MI SANGRE, INYECTARLE MI SANGRE QUE YO LO CUROOOO!!!” 
La abuela era muy fan de The Last of Us y se pensaba que era Ellie. 
Pero justo cuando la abuela se preparaba para inyectar su sangre al muchacho, un estruendo ensordecedor nos rodeó y la habitación comenzó a temblar violentamente. El suelo comenzó a resquebrajarse para, a continuación, desplomarse el edificio. 
Mientras caían, Juan cerró los ojos y asumió su destino, pero antes pudo ver cómo la ciudad entera se sumía en el caos. 
Lo que comenzó como un día común de trabajo para Juan, terminó siendo el día en que el mundo, tal como lo conocían, dejó de existir.

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