Hola, soy Damian y me encantan los palos de nata y los borrachitos

 Hola, soy Damian y me encantan los palos de nata y los borrachitos.

Quién me iba a decir que está debilidad por los pastelitos casi me cuesta la vida.

Sevilla, verano a las 6 de la tarde. No había ni un alma en la calle y se me antojaron unos borrachitos para hacerme más amena la merienda.
Vivía cerca de la campana, una pastelería muy famosa y antigua. Entré y pedí un poco de todo (borrachitos, palo de nata, petisú, etc...)
La dependienta era muy simpática y me dijo que esperara un momento mientras los preparaba. Mientras esperaba, me deleitaba viendo los pasteles tan ricos y apetecibles que tenía en el mostrador. Alcé la mirada y podía ver a algunos turistas dando tumbos, quizás por la falta de costumbre a la calor.
De repente, escuché un grito muy fuerte que venía de fuera. Me asomé y vi a un hombre corriendo como loco perseguido por otro. Pensé que le debería dinero o algo porque no es normal correr con ese calor asfixiante. Mi sorpresa fue mayor cuando le alcanzó y al tirarlo al suelo le mordió el cuello.
Me quedé paralizado del susto. No podía creer lo que estaba viendo. ¿Era una broma? ¿Una película? ¿Un sueño? No, era real. - ¡PERO SI LOS VAMPIROS NO EXISTEN! - Exclamé intentando convencerme.
En ese momento, salió la dependienta con la caja de pasteles. Me miró y me dijo: "Aquí tienes, son 18 euros". - ¡18 euros!- Exclamé incrédulo. De repente empezaron a golpear la puerta.
La dependienta levantó la mirada y vió a través de la cristalera como los pocos valientes que desafiaron las altas temperaturas estaban siendo devorados por zombies.
-"¡Dios mío! ¡Zombies! ¡Tenemos que salir de aquí!" exclamó la dependienta, cogiendo la caja de pasteles y tirándola al suelo. Luego me cogió de la mano y me arrastró hacia la puerta trasera de la pastelería.
-"Vamos, rápido, por aquí hay una salida".
Salimos por la puerta trasera y nos encontramos en un callejón estrecho y oscuro. Le pregunté cómo se llamaba: -"Me llamo Paqui" -"Encantado. Yo me llamo Damián".
Me armé de valor y le dije a Paqui: -"Hay una cosa que tengo que decirte aunque me da un poco de apuro". -"dímelo"- dijo Paqui. La miré a los ojos y le dije: -"los pasteles no te los voy pagar porque los has tirado tu"
-"No es el momento de pensar en pasteles. Hay que buscar un sitio seguro". No podíamos seguir puesto que las calles se iban llenando más y más de zombies. Vimos unas escaleras que llevaban a una terraza y decidimos ocultarnos ahí.
Subimos las escaleras con cuidado, sin hacer mucho ruido. Al llegar arriba, empujamos la puerta y salimos al aire libre. La azotea era amplia y tenía unas vistas espectaculares de la ciudad.
Desde ahí se podía ver el caos que se había desatado por las calles. Había coches chocados, fuegos, humo, sangre y zombies por todas partes. Paqui y yo nos quedamos impresionados por lo que veíamos. No entendíamos cómo había podido pasar algo así.
Mientras mirábamos el panorama, oímos un ruido detrás de nosotros. Nos dimos la vuelta y vimos a un zombie que había salido por la puerta de la azotea. Era un hombre joven, con el pelo rubio y los ojos azules. Parecía un turista. Tenía la camiseta rasgada y el pecho mordido.
El zombie nos vio y se lanzó hacia nosotros con un gruñido. Paqui y yo retrocedimos hasta el borde de la azotea. No teníamos dónde escapar. El zombie se acercaba cada vez más, con la boca abierta y los dientes ensangrentados.
Busqué algo con lo que defenderme, pero lo único que encontré fue una maceta con una planta seca. La cogí y se la lancé al zombie, pero no le di, nunca tuve mucha puntería. El zombie siguió avanzando, sin inmutarse.
Paqui también buscó algo con lo que atacar, pero lo único que encontró fue una sombrilla de playa. La abrió y se la puso delante, como si fuera un escudo. El zombie llegó hasta ella y trató de morderla, pero se encontró con la tela de la sombrilla.
Paqui aprovechó el momento y le clavó el palo de la sombrilla en el ojo al zombie. El zombie soltó un grito de dolor y se echó hacia atrás. Paqui le dio otro golpe con la sombrilla y lo hizo caer al suelo.
Paqui me dijo: -“¿Qué hacemos con él? ¿Lo rematamos o lo dejamos?” Yo le dije: -“No sé, me da cosa matarlo, pero tampoco podemos dejarlo aquí”. Paqui me dijo: -“Tienes razón, es un dilema”. Nos quedamos pensando qué hacer.
Entonces se nos ocurrió una idea. Decidimos atar al zombie con unas cuerdas que había en la azotea y dejarlo colgado del borde. Así no nos molestaría ni nos atacaría, pero tampoco lo mataríamos.
Le pusimos una nota al zombie que decía: “Perdón por las molestias, estamos en una situación de emergencia. Si alguien sabe cómo curar a este pobre hombre, por favor, hágalo. Gracias”. Luego le pusimos una gorra y unas gafas de sol para que no se quemara con el sol.
Dejamos al zombie colgado y volvimos a mirar las vistas desde la azotea. Buscamos algún lugar donde pudiera haber otros supervivientes o alguna señal de ayuda. No vimos nada claro, pero no perdimos la esperanza. FIN

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