Contables contra Zombies
Como cada día, Paqui iba a su oficina.
Paqui es contable, pero para ella, su oficina era un oasis de normalidad en un mar de números y papeleo. Pero hoy no era un día normal, y su pequeño oasis se vio sacudido por una ola de terror que nadie había previsto. Entre el sonido de las teclas y el timbre de los teléfonos, Paqui revisaba los balances, pero de pronto, un escalofrío recorrió su espalda. Algo andaba mal; la rutina se vio interrumpida cuando un silencio anormal se apoderó de la ciudad.
Paqui y sus compañeros se asomaron por la ventana y fueron testigos del infierno en que se había convertido la ciudad.
El nerviosismo se apoderó de algunos de sus compañeros que solo querían regresar con sus familias, pero al intentar salir, lo único que provocaron fue que los muertos entraran en la oficina.
Con el horror reflejado en sus ojos, Paqui hizo de tripas corazón, lideró a los que aún estaban con vida y los llevó hasta la cocina, donde esta se convirtió en su arsenal; botellas de aceite, sartenes y utensilios de cocina eran ahora sus armas improvisadas.
A base de sartenazos, se abrieron camino hasta las escaleras.
-"¡Rápido, el aceite en el suelo!", gritó Paqui, mientras vertían litros en el pasillo principal. La idea era simple: los zombis se resbalarían si intentaban seguirlos, dándoles una oportunidad para escapar. Con el corazón en un puño, el grupo se preparó para abrir la puerta y enfrentar el horizonte de muerte.
Pero el plan falló. Al intentar salir, se encontraron con una horda inmensa de muertos vivientes.
-¡Volvamos atrás, hay que intentar llegar a la azotea!- Dijo Paqui, pensando que quizás desde allí verían otra salida o, mejor aún, serían salvados.
Retrocedieron, pero el aceite traicionero que habían esparcido se convirtió en su perdición. Uno tras otro, los compañeros de Paqui caían, sus gritos se ahogaban por el voraz festín de los zombis.
-"Esto es demasiado para una simple contable", susurró Paqui.
Subieron las escaleras con la desesperación alimentando cada paso. Las puertas estaban bloqueadas, las llaves perdidas en el caos. Cada segundo era vital, y con una fuerza que no sabía que tenía, Paquita rompió las cerraduras.
Al llegar a la azotea, el grupo contempló el caos: la ciudad era un lienzo de fuego y destrucción, y su edificio estaba completamente rodeado por la horda. La esperanza parecía una palabra vacía en ese infierno.
Fue entonces cuando Paquita tuvo una epifanía.
- "¡Claro, los coches!".
Sus compañeros la miraban con cara de incredulidad.
-¡Tenemos que tirar lo que sea a los coches para que salten las alarmas y así distraemos con el ruido a los zombis de la entrada mientras nosotros escapamos!- Dijo Paqui.
-Lanzad todo lo que encontréis.
De inmediato empezó a llover cosas desde la azotea. Trozos de losas de la cornisa, pedazos de ladrillos, chapas y diversos materiales mecánicos de los motores de aire acondicionado que estaban colocados en la azotea, etc...
Con cada lanzamiento, un coche abajo respondía con su alarma estridente. Los zombis, atraídos por el ruido, comenzaron a alejarse del edificio, arrastrándose hacia el sonido.
"Ahora es nuestra oportunidad", exclamó Paquita. Bajaron con cuidado, evitando el aceite que aún cubría el suelo. La distracción funcionó. La horda se había dispersado, y el camino estaba libre.
Con el corazón latiendo al ritmo de la supervivencia, Paquita y los demás corrieron hacia la libertad, dejando atrás el edificio que una vez fue su lugar de trabajo, ahora un monumento a la resiliencia humana.

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